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Monumento a la Revolución; escaleras al tiempo.


Monumento a la Revolución. Foto: Yolitzin Juárez

Los cimientos del Monumento a la Revolución Mexicana (MRM), que estaba destinado a ser el Palacio Legislativo Federal, nos trasladan al año de 1909, cuando su construcción finalizó. Al entrar en el vestíbulo obscuro, una imagen de la vida del MRM da la bienvenida e invita a descender por 40 escalones que llevan a lo profundo de su estructura; un pasillo formado por enormes vigas rojas reforzadas con cientos de remaches, enumeradas del uno al 50 para dar una idea de la magnitud del emparrillado que carga al monumento desde el suelo.

Un olor mezclado de humedad, pintura y tiempo se percibe mientras se recorre el pasillo, y a pesar de estar cinco metros bajo tierra, los sonidos del exterior pueden ser escuchados. Quizá se entre solo, aunque quienes trabajan ahí dicen que estarlo es imposible; hay espíritus rondando de arriba abajo, como el de una pequeña con vestido rojo o el de un trabajador que perdió la vida ahí y ahora se dedica a hacer bromas pesadas a quienes visitan el que ahora es su hogar.

El fantasma de la niña del Monumento. Foto: Yolitzin Juárez.

Entrar a la cimentación es como estar en un laberinto, se conoce la entrada, pero no la salida, a donde sea que los ojos miren encuentran vigas; una flecha indica la salida y cintas negras marcan el camino al presente para subir al elevador panorámico.

Éste permite admirar de suelo a cielo el centro de la Ciudad de México, de cero a 60 metros donde se encuentra la doble cúpula: una hecha de piedra y otra de cobre platinado, sostenida por cuatro pilares; mismos donde se encuentran las criptas de personajes que representan los ideales revolucionarios de México: Venustiano Carranza, Francisco I. Madero, Plutarco Elías Calle, Francisco “Pancho” Villa y Lázaro Cárdenas.

Es lógico pensar estar en la cima, aunque aún existen siete metros sobre la cabeza por explorar; parece poco probable subir más, ya que no se ven peldaños que permitan ascender y atravesar los muros de cantera blanca es imposible. Eso deja de preocupar al bajar las escaleras de la cúpula que llevan al mirador 360 grados.

Vista desde el Monumento a la Revolución. Foto: Yolitzin Juárez

Desde ahí se admiran los edificios más importantes de la Ciudad de México como el de la Lotería Nacional, el Cine Ópera –que se encuentra en remodelación-, el Palacio de Bellas Artes, el Centro Cultural Tlatelolco y la unidad habitacional Tlatelolco, la Torre Insignia y el corredor de 2.3 kilómetros que une al MRM con Palacio Nacional; razón por la que el ex presidente Porfirio Díaz eligió ese punto de la Colonia Tabacalera para construir la sede de las cámaras de diputados y senadores: desde el balcón del Palacio Nacional podría observar lo que ocurría en el Palacio Legislativo, si necesitaba llegar ahí sólo tendría que ir en línea recta y no tardaría más de 15 minutos.

En el mirador se encuentra un punto de reunión donde se encuentran los guías que llevan a un recorrido por las entrañas de la fastuosa construcción; la puerta del antiguo elevado curvo utilizado, de 1938 hasta su abandono en 1968, para ascender en trayectoria inclinada por el interior de la cúpula hasta la linternilla del monumento, es abierta y parece la entrada al abismo, lo único que se ve es oscuridad y a vista forzada unas escaleras, al subir se comienza a ver el esqueleto del MRM; vigas negras y millones de remaches las unen, formando la estructura de tan majestuosa obra arquitectónica.

No se tiene el dato de cuántos obreros perdieron la vida al trabajar en la construcción de la estructura, que debido a la altura y a que carecían de equipo de protección muchos hombres caían a una muerte segura. Hubo cuerpos que jamás fueron reclamados, por eso es posible encontrar espíritus rondando aún en el corazón de la obra.

El recorrido se convierte en una subida incontable de escalones, mientras alrededor se observan sólo vigas negras que sirvieron de escondite, en el año 68, para los estudiantes que huían del ejército durante la matanza de Tlatelolco.

Hasta que se asoma la luz por fin la linternilla, ahora sí la cima y de nuevo un viaje al pasado a través de los rayones escritos en la estructura metálica de ésta; nombres acompañados de fechas que van desde 1942, 1945 y 1950, una bala perdida en la cúpula que buscaba a un estudiante en 1968; marcas que dejó un abandono de 40 años, y en ese punto inalcanzable la abolladura hecha por un trueno. La mente regresa el tiempo e intenta transformar el panorama del siglo XXI al de un siglo atrás.

Al volver a entrar al alma del MRM la noción de ubicación se pierde, es un bajar y subir de escalones que hacen casi imposible adivinar a dónde llegarán, hasta que muros firmes y escaleras de cantera aparecen entre el esqueleto de metal, aún ahí se ven rayones con fechas de más de 60 años, el camino formado por ellas lleva a una sala en la que descansan tranquilos como en la famosa fotografía tomada por Agustín Víctor Casasola, Francisco Villa y Emiliano Zapata, que inmortalizó el momento en el que ellos y otros revolucionarios posan para la cámara en el salón presidencial de la República, tras obtener una victoria en la revolución. Sus esculturas de cera hacer creer que en realidad son ellos; uñas desgastadas, sonrisa enseñando los dientes, mirada penetrante y puro en mano, hacen pensar que en cualquier momento se levantarán de su silla e irán a ver lo que queda del México por el que lucharon. Para salir de ese salón se descienden 160 escalones que dirigen a la salida hacia la plancha del monumento. Así concluye un viaje por el tiempo y la historia.

A partir de enero de este año, el recorrido por las entrañas de MRM se amplió y ahora es posible conocer más de su arquitectura e historia. La estructura que a simple vista parece impenetrable es mucho más que su fachada.

Escaleras en el interior del Monumento. Foto: Yolitzin Juárez

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