Don Juan Alonso Rodríguez es creador de molinillos, el instrumento que se encarga de dar vida y hacer reír al chocolate. Es un hombre de 61 años -de los que ha entregado 42 al arte de los molinillos- con mirada seria y sonrisa amigable, tímido al hablar, orgulloso de ser quien es y de lo que hace.
Los molinillos se han reinventado en manos de este artesano mexicano, quien en un inicio sólo creaba los tradicionales que se utilizan para mover el chocolate y sacarle espuma, porque “¡sin molinillo no hay chocolate!”; hoy se dedica a la creación de molinillos ornamentales, ideales para darle el toque mexicano a cualquier lugar. Los tornea –así se nombra la técnica que utiliza para hacer los molinillos– de todos tamaños, e incluso se está preparado para crear el molinillo más grande del mundo y romper el Récord Guinness.
Ninguno es igual a otro; cada diseño se realiza sobre la marcha y sale del corazón de don Juan; los hace lisos, con grecas, cortes que forman hojas y algo parecido a pétalos de flores, también los hay personalizados con el nombre del cliente; las gubias, dirigidas por las manos de don Juan, son las encargadas de darles forma y diseño a cada molinillo.
Pueden ser del color natural de la madera, aunque, su especialidad son los de color café adquirido al quemar la superficie del molinillo, pasando un pedazo de madera sobre él mientras gira en el torno; es la fricción la que da el tono oscuro a la pieza.
El maestro Juan Alonso es originario del municipio de Rayón, Estado de México, integrante de una familia de artesanos dedicados a creación y diseño de molinillos, destinada a ser “humilde” por el oficio que eligió o, probablemente, para el que nació, ya que Rayón es un municipio de artesanos.
“De ser artesanos no se vive; se sufre mucha pobreza, es por eso que mi padre no estuvo dispuesto a enseñarme el oficio. Él quería que estudiara y saliera de la pobreza en la que crecía”, dice.
Afortunadamente Don Juan aprendió el oficio gracias a que era un niño muy terco, curioso y autodidacta, pero sobre todo, admirador del trabajo de su padre. De no haber persistido en aprender el arte de hacer molinillos, el oficio familiar habría muerto junto con su padre.
“Cuando mi papá se iba a trabajar a Estado Unidos, yo agarraba su torno de violín, herramienta con la que mi padre hacía los molinillos –antes no eran eléctricos, se le daba cuerda con una vara y un mecate–, y comenzaba a practicar. Le descompuse varías veces su torno, pero sólo así iba a aprender”, recuerda Don Juan.
Ahora domina a la perfección la técnica; don Juan toma un trozo de madera con forma de garrote y lo coloca en un torno hecho por él –ahora ya funciona con electricidad– éste comienza a girar y ahí empieza la creación; conforme la madera gira, las manos del maestro, ayudadas de una gubia, dan forma a la madera que en quince minutos se convierte en el instrumento que nació en la prehistoria: el molinillo.
Aunque no fue nada fácil salir de la pobreza, con su arte pudo dejar atrás las carencias, a pesar de que llegó a pensar que su padre tendría razón, “como artesano jamás progresaría”, porque le costó 36 años; y una casualidad llamada Carla Fernández, para poder ser reconocido como ahora lo es.
Había días en que salía a vender mis artesanías y nadie me compraba, caminaba todo el día y como salía de mi casa así volvía, sin dinero para comprar comida. Para poder comer iba a juntar quelites y los cambiaba por tortillas, platica Don Juan.
“Jamás cambiaría lo que hago por nada, así tuviera que volver a sufrir hambre. Amo lo que hago y moriré haciéndolo”, señala.
En 2006 conoció a la diseñadora de modas mexicana Carla Fernández en una exposición artesanal en la que participaba Don Juan, ella al ver su trabajo se enamoró y decidió apoyarlo dando a conocer su trabajo con sus amigos, otros diseñadores y artistas. Gracias a la promoción que Carla ha hecho a los molinillos de don Juan, ha podido exportarlos a Estados Unidos.
Además la diseñadora mexicana creó una colección de ropa, lentes, relojes y aretes, inspirada en los diseños de los molinillos de don Juan, a la que nombró Colección Molinillo. Con la ayuda de Carlita, sus artesanías han caminado por las pasarelas de México y otros países. Y los más importante cada vez más personas quieren tener una de sus creaciones.
Al igual que su padre, el artesano mexicano quería que sus hijos estudiaran para tener mayores oportunidades, por ello, cuando tenía que elegir entre comer y darles dinero a sus hijos para el estudio, prefería sacrificarse por ellos.
La diferencia entre Don Juan y su padre, fue que él no se negaba a transmitirles el oficio a sus hijos; la diferencia entre sus hijos y él, fue que a ellos no les interesaba aprenderlo. Él jamás se los reprochó, aunque sí lo llena de tristeza, porque quizá cuando él muera, el arte familiar se vaya junto con él.
El maestro artesano invita a sus paisanos a apoyar a los artesanos mexicanos, no sólo difundiendo lo que hacen, si no comprando sus obras al precio que las ofrecen. Porque cada artesanía está grabado el trabajo y amor que sus creadores tienen por sus raíces y su arte.
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